De Eugenio Carutti
La principal creencia colectiva sobre la que se apoya el ego es que aquello que nos sucede es completamente casual. Estamos convencidos que los eventos de nuestra existencia son azarosos y que las personas que aparecen en nuestras vidas –ya sea que nos atraigan o que nos causen rechazo- son totalmente independientes de nosotros. Nos hemos condicionado para sentir que el mundo externo no tiene relación alguna con nuestro mundo interno. Jung nos indicó la existencia de las sincronicidades, un tipo de acontecimientos en los que sentimos inequívocamente que lo que está sucediendo está íntimamente ligado a nuestro proceso psíquico. Para Jung estos episodios se producen cada vez que el Sí mismo logra perforar la frontera establecida por nuestra personalidad superficial. Entonces, de una manera fugaz y completamente ajena a nuestra voluntad, se nos revela un orden desconocido, lleno de significación.
Desde el punto de vista de la astrología lo que Jung llama sincronicidad está ocurriendo todo el tiempo, nos demos cuenta de ello o no. En el lenguaje astrológico no hay manera de distinguir entre lo "externo" y lo "interno"; lo que sucede "afuera" nuestro –en el mundo- y lo sucede "adentro" de nosotros –en la psiquis- Son dos lados de una misma realidad y si uno se mueve el otro también lo hará. Por eso es ilusorio creer que lo que nos está pasando –nos guste o no- no debiera suceder. No somos un sujeto psíquico en un mundo azaroso de objetos que nos rodean; somos una estructura particular dentro de un campo multidimensional de vibraciones. Por eso atraemos (o somos atraídos hacia) situaciones congruentes con esa estructura. Estas situaciones tienen un contenido que debemos asimilar, que de alguna manera nos corresponde vivir; solo su absorción nos completa y nos puede llevar a un nuevo estado de equilibrio. El problema es que solemos resistir al movimiento de la vida y muchas veces escapamos de aquello que debemos experimentar. Así, nuestras experiencias permanecen incompletas y la misma situación deberá repetirse una y otra vez.
La conciencia realiza un gran salto cuando es capaz de reconocer un patrón recurrente en la propia vida. Detrás de rostros y eventos aparentemente diferentes comenzamos a entrever un dibujo; una trama que permanecía oculta a nuestros ojos. Eventualmente los hechos aparentemente fortuitos de nuestra existencia –dolorosos o afortunados- se unen como en una línea de puntos y reconocemos su verdadera significación. Para la astrología cada uno de nosotros es un diseño viviente, de un enorme potencial creativo. Pero para que este florezca es preciso que no resistamos a los acontecimientos, que aprendamos de cada uno de nuestros vínculos. Que nos reconozcamos en el espejo del destino. Esto no es lo que nos han enseñado. Creemos que nuestra voluntad debe imponerse; que los demás son culpables de nuestras limitaciones; proyectamos sobre el mundo los contenidos desconocidos de nuestra psique y nos enredamos en ellos, sufriendo y causando sufrimiento a los demás.
Tarde o temprano cada individuo debe reconocer hasta que punto su vida es mecánica. Esto va en contra de todas nuestras ideas acerca de la libertad. Pero el hecho es que lo somos. Nuestras acciones generalmente son solo reacciones; la mayor parte de nuestros sueños, deseos y temores no son otra cosa que la continuidad de miedos y deseos colectivos. No queremos aceptar esto. Lo rechazamos mediante todo tipo de argumentos, tanto racionales como místicos. La larga cadena de acciones y reacciones que se expresa a través de cada uno de nosotros es lo que algunas tradiciones llaman Karma. El psicoanálisis ha estudiado las repeticiones que provienen de nuestros padres. Jung nos ha mostrado el inmenso peso de lo colectivo sobre nosotros. Quizás esta cadena sea aún más compleja y provenga de las profundidades mismas de la materia. Pero saber cuales son las causas no es lo importante; sino darnos cuenta cada vez que reaccionamos mecánicamente a los eventos de nuestra vida. Si algo nos sucede es porque teníamos que pasar por allí. De nada vale escapar o pensar que podría no haber sucedido. Sucedió y en ese acontecimiento reside un secreto que debe ser comprendido.
Solemos creer que somos libres cada vez que podemos elegir entre opciones. Pero en realidad si tenemos la sensación de elegir es porque estamos muy lejos de nuestro verdadero ser. Podemos reconocer su presencia porque cada vez que este se expresa no hay alternativas para nosotros. Cuando la personalidad superficial ha perdido contacto con el Sí-mismo, el diseño creador de nuestro ser generará alguna situación en la que no tendremos libertad para elegir; en la que nos sentiremos forzados a pasar por donde más tememos. Pero quizás esa sea la oportunidad para descubrir nuestra verdadera identidad. De enfrentar las consecuencias de la larga cadena de reacciones ciegas con las que estamos identificados; en tanto individuos, en tanto familias, estirpes o naciones. En tanto que humanos.
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