lunes, 26 de diciembre de 2011

El primer mandala

De Ana María Pinedo*

Cierto día, hace mucho tiempo, una anciana se sentó sobre una piedra ubicada sobre una pequeña colina próxima a su pueblo. De repente, una ráfaga de viento sacudió el aire y los rayos del sol que calentaban su cuerpo se convirtieron en una fuente de resplandor jamás visto. Las nubes habían desaparecido y la visión de la anciana se había ampliado: sorprendida, alcanzaba a percibir elementos extremadamente distantes. La mujer le rogó al viento que hiciera regresar a la protección natural contra el sofocante calor del mediodía y le suplicó al sol que tuviera piedad y redujera su esplendor. Ella no buscaba ver mas allá; simplemente, quería sentarse en aquel sitio y contemplar la belleza de su estrecho mundo cotidiano.
En el centro del valle corría un arroyo que hacia llegar a sus oídos una suave melodía. Algunos árboles se destacaban entre la hierba, pero todo el valle estaba contenido por un imponente bosque cerrado, profundo y misterioso. Detrás de la anciana, la hierba alcanzaba los pies de altas rocas sobre las que se escabullían lagartijas y serpientes. Mas allá de la formación rocosa,  enormes picos montañosos recortaban el cielo. La majestuosidad de las montañas se imponía con acantilados y picos cubiertos de nieve. La anciana se imagino las siluetas de niños que saltaban de una cima a la otra y una lágrima se deslizo por su mejilla.
Entonces, volteo la mirada hacia la región que ocupaban las casas de su pueblo. Agrupados cerca del arroyo, cada pequeño hogar exponía en el frente las telas y los cueros que se empleaban para la vestimenta y las faenas. Reconoció la casa de su hija y recordó aquellas familias que habían perdido algún integrante durante el crudo inverno pasado. Su propio hijo había desaparecido, al igual que ocurrió con su esposo, tiempo después, cuando no regreso de una partida de caza. Desde aquel fatídico día, la anciana no había pronunciado ninguna palabra.
Detrás del valle, las copas de los árboles del bosque parecían crear una barrera, pero sin llegar a tocarse. La tierra se abría tímidamente para permitir que un hilo del arroyo se extendiera hacia el horizonte donde su curso se introducía en las oscuras aguas del un lago. Deseo llegar un día hasta sus costas para sumergir sus manos y refrescar su rostro. Recordó una fuente de agua natural que solía visitar durante su infancia, volvió a sentir el aroma de las flores que crecían en la ribera y revivió las tardes soleadas que compartía con sus hermanos. Pensó que los recuerdos eran tan reconfortantes como el paisaje que se extendía ante sus ojos.
De repente, un pájaro se poso cerca de ella interrumpiendo abruptamente su viaje por la profundidad de su memoria. Su brusca reacción hizo que el ave se alejara. Atenta al movimiento de sus alas, comprendió que hacía rato que la ráfaga había cesado y que el animal se había acercado para demostrárselo.
El horizonte se había extendido para la anciana y para su pueblo. Podrían caminar días enteros, pero nunca alcanzarían sus límites. La línea a lo lejos se mantendría eterna y desafiante, puesto que todo lo abarcaba y nada quedaba fuera de su perímetro. Entonces, la anciana descubrió que ella misma era el centro de esa vastedad y se rió; siempre lo había sido, pero hasta el momento no se había dado cuenta de su realidad.
El mundo exterior había expandido sus límites y, a su vez, había movilizado profundos recuerdos en su memoria. Mas allá de su capacidad de comprensión, sus sueños se proyectaban hacia el exterior y el medio circundante crecía con fuerza en su interior. Perdida en la tarea de clarificar esa relación, una repentina duda la abordo: ¿había algún lugar en su interior en el que pudiera identificar su esencia, mas allá del mundo exterior y de sus pensamientos interiores? La anciana se levanto, recogió una vara y dibujo un circulo en la tierra.(…)

*Autora Del libro "Meditar con Mandalas", Ed. Del Club.



Comentario:
Una de las maneras más prácticas y trascendente que ha tenido el hombre para manifestar lo que la razón y la lógica no pueden abarcar en totalidad, (ya que poco es lo que se puede abarcar totalmente), es a través del arte en sus distintas formas, en este caso es a través de un cuento o de contar una historia. Lo que cuenta la historia en este caso es lo que hoy llamaríamos una “meditación”, la anciana entró en un estado meditativo en donde las conexión con su historia le hizo florecer distintos estados: tristezas, alegrías, lágrimas, recuerdos, paisajes, momentos que fueron mas allá del tiempo y el espacio, fue lo que llamaríamos un torbellino de emociones, pero al no ser emociones estimuladas desde el exterior, si no desde su propio interior, desde su propia memoria, esas emociones son mas que eso, son sentires, voces que afloran y surgen desde lo mas profundo de nosotros, es ella contemplando todo su interior mezclándose con lo exterior en formas de imágenes y emociones. La anciana no hubiera tenido, tal vez, la capacidad de explicar esas sensaciones, sin embargo en la necesidad de expresar esa esencia, y expresarSe, no hizo mas que trazar un Símbolo: el Circulo, Su Totalidad, un Mandala.

Es importante señalar al Mandala como puente entre dos mundos, el interior y el exterior, y es un puente de doble mano, el Mandala aquí surge casi naturalmente después de una meditación, sin embargo podemos llegar a un estado meditativo a través de un Mandala. Los significados de todas las imágenes y sensaciones que surjan de éste, son tan disímiles como las personas que acometan este ejercicio, sus resultados son variados, pero siempre, irremediablemente, hay “resultados”, o para llamarlo de otra forma menos contundente, hay “consecuencias”, hay algo que se mueve, que aflora, que aquieta, que nos comunica, que nos conecta, que nos incomoda, que se marchita o florece, que negamos o afirmamos. Seguir contemplando lejos de la razón y la lógica, y entrar en la acción de las formas en el círculo, sin duda es una herramienta que nos brinda respuestas impensadas, pero seguirá siendo siempre un puente de conexión con nosotros mismos.


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